Ballet en el estadio UNO
Manuel Castro, el jugador uruguayo que tiene Estudiantes, es más bajito que Iñaki Urlezaga, el bailarín platense confeso pincha en cuya casa no se habló mucho del fútbol y sus pasiones después de que un abuelo falleciera infartado por escuchar un partido por radio -el partido con Manchester en 1968, precisamente-.
Vale la introducción para decir que, por más depresión económica del país, y por más que el equipo no estuviera en “órbita” hace varios partidos, el fútbol sigue siendo fútbol y a todos los enloquece. Como ese de la camiseta 20, Castro, que metió esta noche dos goles, ambos de cabeza, por arriba y por abajo, emulando a uno de esos bailarines como Urlezaga, esos pájaros que no vuelan alto, que toman carrera, se suspenden por unos segundos y recién vuelven a bajar (aunque el futbolista baja más rápido y suele seguir la trayectoria de la pelota). Castro fue el artista de ese teatro de sueños que se ha transformado el nuevo UNO. “Por la plasticidad de los movimientos y la belleza infinita de algunas jugadas, creo que el fútbol es arte”, decía una vez otro ícono de la danza, Maximiliano Guerra (boquense).
Algunos hinchas son internacionales como esta Copa Libertadores, me refiero a Silvio Woollands, uno de los pocos que llegó hasta Fortaleza, Brasil, y que vio el empate en el primer partido de esta llave de Octavos. “Tuve la inmensa fortuna que viajé por trabajo a una conferencia sindical con líderes de toda América y se diera en la misma semana y en la misma ciudad donde jugaba mi querido Pincha, ¡más no puedo pedir! El clima fue impresionante, en un estadio mundialista con un techo que imponía condiciones cada vez que los hinchas de Fortaleza cantaban”. Silvio por supuesto estuvo en esta revancha, un carnaval en pleno invierno ahí en la tribuna popular de 55 con sus tres hijos y su mujer.
Por su parte, otro macanudo pincharrata que conozco del rubro gráfico, es Jorge “Yeye” Isard, fotógrafo desde hace 37 años que solo saca del León y de nadie más. En una butaca de 115 cuenta con confianza: “Pasó Talleres, pasó Vélez, y ahora está en nosotros meternos en el pelotón de los mejores de América, estamos acostumbrados a este tipo de partidos”. Fue el autor de un libro álbum que apareció en marzo de 2020 al desatarse la pandemia y remontó la adversidad porque ya tuvo muchas ventas. Con 74 imágenes y 122 páginas Isard acopió “imágenes que nunca salieron a la luz de la gesta de Manchester, empezando por 1965 con La Tercera que Mata”. Todavía esá a la venta en la talabartería El Cencerro, de calle 8 entre 48 y 49.
Efemérides con brasileños van atenuando la espera. Un 8 de julio de 1983 (“o sea mañana se cumplen 39 años”) fue aquel 3 a 3 contra Gremio de Brasil. Empezó ganando 1-0, se pusieron 3-1 los brasileños, descontó Gurrieri, terminó con 7 jugadores y el gol de Miguel Russo llegó a los 44m del segundo tiempo. Tan recordados lpos goles como los expulsados: Trobbiani, Ponce (ambos PT 35 minutos), Camino y Hugo Teves (a los 25′ y 29′ de la etapa final). Fue un viernes.
En aquellos tiempos Fito Paez –el artista rosarino- seguramente ya preparaba las canciones de Giros, su primer gran álbum. “Giros, todo da vueltas como una gran pelota”.
Giros de otro 8 de julio, ya del 2009 (“¿mañana se cumplen 13 años ya?”), la final con Cruzeiro, el 0 a 0 de la ida en el Estadio Unico, “que casi no se juega por la gripe porcina”, me dice el Gordo Aníbal, memorioso como pocos. Y yo, un nostálgico, que veo la foto del 83 y en una punta veo a otro fotógrafo sensiblemente estudiantil, Miguel Antunovic (con campera, bufanda y cámara al hombro, ¿intentaba separar en el tumulto?).
Muchos que hoy son adultos eran unos chiquilines cuando se mandaban a Quilmes para vivenciar a cancha llena otras noches coperas de Libertadores, edición 2006, con el Goiás en Octavos y con San Pablo en Cuartos, dos triunfos agónicos como “locales”.
Entre los paquetes de semillitas que pelan las clases populares, los chori de las inmediaciones y algunos gustos gastronómicos que se dan los que van al Mercado 55 o al lujoso bar de “Experiencia Fútbol”, en el lateral de los palcos sobre la emblemática avenida 1, se venía el juego más lindo del planeta.
“Giros, fotografías de distintos lugares… Fotográficamente tan distantes”, sigue la canción de Fito. Busco a Oscar Rómulo, otro fotógrafo con prosapia del León, que me prometió alguna postaldes de una posición alta, bien alta en honor a la tradición de su club en el certamen continental. El amigo publica en las redes de Acá Hay una Escuela. Hablando de Rómulo, así se llama quien el martes le dio la clasificación agónica al Atlético Paranaense, próximo rival Pincharrata. La Copa tiene mayoría de brasileños prestigiosos (quedaron Corinthians, Palmeiras, Flamengo) y tres argentinos.
Dale gracias a “Castro-gol” (no el de la radio sino ese botija) que trajo algo de paz a los 9 minutos, 21.39 horas en el país. El nacido en el vecina República Oriental del Uruguay lo hizo con ayuda de un compatriota, Rogel, para cortar y encabezar el primer ataque a fondo (¡cuarto uruguayo en la historia pincha por la Libertadores!).
“Ellos defensivamente dan ventajas, pero no hay que perder de vista que es un equipo brasileño y siempre tienen un plus, pero nosotros tenemos la mística sagrada, que hace que aparezca la épica cuando menos la esperamos”, me decía Silvio antes del inicio. Silvio sabe ver bien el fútbol y no en vano se raspó las rodillas en las canchas de la Liga Platense en los años 90 jugando con los colores de Casa de Italia, For Ever y Tricolores. Supo ver lo que tenía Fortaleza como debilidad, aunque también ha sido en su mente una debiidad aquella playa encantador por donde anduvo la semana pasada.
A otra cosa. Y al segundo tiempo. El espectáculo sigue entretenido. “Tanto en el fútbol como en la danza son primordiales el esfuerzo físico y el trabajo muscular. Sin embargo, el fútbol es más agresivo y trabaja fundamentalmente con la tensión, en cambio la danza es un ejercicio de tensión y relajación”, decía Guerra, para aclarar que “en nuestro caso, cuando más larga sea la musculatura, mejor. En el fútbol es exactamente al revés: la musculatura corta es la que le da al jugador más velocidad”. Manuel Castro, de 1,72, se tira de palomita y su cabecita impacta el balón que se meterá contra el palo izquierdo del arquero. “¿Sabe quien comenzó la jugada otra vez…? Rogel. Estudiantes consiguió lo que merecía y consiguió tranquilidad”, acertó el tacticista Osvaldo Fanjul por los micrófonos de 221.
La victoria se terminó de acomodar cuando Franco Zapiola (la gran promesa de las inferiores) decretó el 3 a 0, resultado histórico ante un brasileño, por tratarse de la primera goleada ante los “garotos”. De hecho, ni en aquel 2 de mayo de 1968 cuando llegó el Palmeiras en la final, se dio un resultado tan holgado: 2-1 (Verón y Flores). Fue el primero de los tres partidos de la serie que consagraría a los de Osvaldo Juan Zubeldía en la banca y el profesor Jorge Kistenmacher en la preparación física.
El partido llegó a su final con una clasificación a pura música, con el encanto de los mejores recuerdos y con la simbiosis que termina siendo el “Jorge L. Hirschi” convertido en fiesta, jugadores e hinchas, unidos en el tiempo y la distancia de un pensamiento.