Por su alta escuela futbolística, la bandera nacional flamea en el cielo del mundo
Cielo limpio, celestial, con las nubes blancas acá en Buenos Aires donde todos los días se renace. La hora 12 en este territorio nacional y las 18 en Qatar. Todos frente a la TV para ver la mejor película al mismo tiempo.
El himno con Lali Espósito y por séptima vez las caras de los futbolistas sacando el fuego interior de un objetivo trazado a fuego en la intimidad. “Por ustedes” parecerían decir mientras explotan en un “juremos con gloria morir”. Vienen mirando los videos de este pueblo argentino y dicen que están emocionados.
Son las caras de un equipo que hizo la metamorfosis, como en la naturaleza, cuando la oruga fea lucha y pierde en el debut, y seguirá una y otra vez hacia adentro en su búsqueda por renacer y volar transformada en una bella mariposa.
El fútbol en un Mundial tiene cambios tácticos, tecnológicos, mediáticos. Siempre cambia. Pero en lo espiritual es único y sigue intacto, como desde 1930, o como en los Juegos Olímpicos cuando el Uruguay llevaba en lo alto la bandera de la alta escuela del fútbol rioplatense. En este escriba se abre un álbum de figuritas caras a mi afecto. Raúl Di Cola, ex DT de juveniles, hecho en el club de barrio Asociación Brandsen, sobrino de Pancho Varallo, quien fue el goleador argentino en la primera edición de la Copa del Mundo. Dice que “las cábalas son para los para los débiles”, pero igual me venía escribiendo todos los días que jugaba la Albiceleste. Estoy consustanciado con la figura de Daniel Córdoba, “El Profesor”, el entrenador que presentó en Estudiantes a aquel veloz carrilero Scaloni, y que me escribe creyendo “estar en las nubes y no pienso bajarme de ahí por un primer tiempo fenomenal”. Desborde “eléctrico” de Di María; bomba de Mac Allister casi al estómago del arquero galo. Al seleccionado rival se lo suele llamar Galo, justamente el apellido del director de BA (Banco Argentino), la joven empresa que me convoca en este 2022 y me da libertad para trabajar. “Irresistibles Francais”, una bandera en el estadio qatarí, pero los franceses no tienen la canción que lleva a jugar con “uno más” al once argentino. “Volaban los de adelante y los del medio jugaron muy bien”, dice el Profe, que en sus años de DT movía los brazos como a veces lo hace Scaloni.
Van 20 minutos y el juez polaco vio al Angel caído para indicar el punto penal. El VAR extrañamente no llamó a hacer una revisión. Messi la acomodó, pensó en su carrera de ligeros frenos y le dio destino de red. Fue el cuarto tiro penal del capitán (erró el primero y no fallará más). En nuestro arco Martínez se toma del palo y lo abraza como quien desea abrazar a alguien con muchas ganas.
Pasional, en el césped se derrama la sangre rebelde de la que transpiran en la Liga Amateur Platense, donde no juegan por plata, pero sí por gloria. Está Luis Martín en el cuerpo técnico y nos conmueve su historia de superación en este campo de posibilidades que da el fútbol a los de clases sociales muy bajas. El hambre de todos se representa en Messi cuando choca su cabeza, se enrojece la oreja y al acercarse el doctor le dice “andá, andá, no necesito atención”. Y la Argentina ataca, se va para el segundo estampado por un flaco de los suburbios rosarinos al que el confort europeo no le sacó las ganas de perseguir el mayor sueño de todo jugador de fútbol de elite. Vamos 2 a 0.
Somos el país del primer mundo futbolístico que le reclama la corona a la rica estructura francesa. Chau al primer tiempo, como le dijo chau a su familia en Chaco una joven Zoe Rojas, a los 24 años, viviendo una experiencia laboral en el país del momento, Qatar. “Uno de los hoteles seleccionaba para trabajar con ellos, te cubrían comida y estadía”, dice con una sonrisa y la leemos acá en el cono sur, donde la desocupación sube y la calidad de vida baja. En un palco también juega Antonella Rocuzzo, la mujer del mejor futbolista de este campeonato. Lo sufrió como una de esas comadres que van a ver al hijo a las infantiles, su gesto la vende…
¡Segundo tiempo ya! Di María se subió a su bicicleta, una acción digna de brasileños engañando a los rivales con juego de piernas y cintura, hasta acomodarse y sacar el centro rasante, para que compañero abra las piernas y por el fondo llegue Messi (entre tres) y casi es el tercero.
El numero “11” argentino dejaba la cancha saludado por todos…. “Fideeeoo, Fideeeooo”, coreaban.
“Estaba clarísimo que se iba a notar que nosotros jugamos dos alargues y ellos ninguno. Nos cansamos. Era esperable”, advierte Córdoba, que está en La Plata, en las nubes todavía, pero precavido.
Los franceses vieron que podían. Primero, con algo de rabia que se muestra cuando pasó una hora de juego, y tenía que llamarse Rabiot quien cortó al monstruo de De Paul. En 66 minutos el cuadro europeo no tiró al arco. Desde el minuto 70 en adelante vendrá “el calor”, la dosis del imprevisto sagrado del deporte rey. Mbappé intentó una finta y Messi lo persiguió hasta la medialuna, donde el 10 francés avisó. El relator impaciente (Pablo Giralt) comieza como en toda la Copa con sus sermones de pastor evangélico: “¡Podemos soñar, vamos con alegría, con fe hasta el final!”. Por varios momentos perdió la voz nítida que debe conservar todo profesional de la comunicación. Pero claro, es el Mundial.
De la tribuna, el lugar donde todas las pasiones entran en combustión, baja el “oleee… oleee…” ¿Quién diría que “La Scaloneta” estaría tocando como una orquesta? ¿¡Dónde está Mozarth!? No, éstos son de Alfredo De Angelis, tienen la locura de los músicos de los años locos.
La cámara toma un primerísimo plano de Mario Kempes, el goleador del Munduial 78, en un palco, cruzando el minuto 78 con ventaja de dos goles. Parece el “Matador” en trance de yoga, tranquilo, entrecruzando los dedos de sus manos, como si adentro corriera la nostalgia porque allí abajo está la copa que hace 44 años acarició en la flor de la juventud…
De pronto, otro penal, para Francia, que quiere despertarse. Mbappé y el “Dibu” Martínez, que se arroja muy bien y casi le desvía el balón (parecido el remate al de Brehme a Goycoechea, nuestro adorado arquero en la final de 1990 (penal que el “Vasco” no alcanzó a sacar y fue derrota 0-1 ante los alemanes).
El último campeón mundial, con Mbappé, va a tirar el segundo golpe en dos minutos, a lo Tyson, el legendario boxeador de los pesos pesados. Estamos 2 a 2. La mente sobrevuela los rincones de nuestro ser y el pasado de cada uno de los que vivíamos en 1986, allá en el Azteca, cuando la Alemania Federal se nos vino y de 2-0 a un 2-2. El presidente francés y copríncipe de Andorra, Emmanuel Macron, empieza a tirar manotazos de desahogo.
Brazos cruzados en la tribuna, varios fanas de celeste y blanco resistiéndose a creer lo que se está viendo. En el banco de suplentes la cara de Di María confirma que este equipo busca la gloria y no está por dinero. Subirá más la adrenalina y el acento francés gana la atmósfera. “Me quieren explicar cómo salieron de un cero a dos a un dos a dos sin caerse agotados”, se pregunta el Loco Córdoba.
Había un capitán y una ruta. En el minuto 96 tomó la decisión de pedir la bola, patear con el alma como si fuera su último tiro al arco en un Mundial (en eso andaba, porque no jugará más en esta hermosa competencia) y el zurdazo impresionante de Lionel que saca Hugo Lloris (arquero francés, otra gran figura)
PARTIDAZO. FINAL. “Ahora el equipo tiene que saber gestionar otro golpe que le da el Mundial”, acierta Matías Martins, comentarista de la TV.
Es momento de que con mis cinco sentidos confirme lo que pensé toda la vida. Que el fútbol es manifestación espiritual.
Minuto 99, ya en el alargue o tiempo extra. El relator en su cabina (mas bien en su “iglesia”) dice que “Mbappé está endemoniado”. Los azules siguen amenazando con el número 10. Es una de las mejores finales de la historia de los Mundiales. Y las emociones nos sobrepasan, nos sacan del eje, “nos infartamos para volver a vivir”, dice Macri. Como en la pandemia, no sabemos bien cómo proceder.
“En el mismo lodo, todos manoseao” cantaba Discépolo. Se disputan la gloria como los bodegueros la calificación de los mejores vinos en Mendoza o en París, como la leyenda del Malbec entre ambos países. Mal-bec (mal gusto-en la boca).
Un tiro de Montiel en el minuto 104 parece una toma de karate. Se va cerca. Nos impulsa, nos revive. En el siguiente minuto Lautaro Martínez casi sella el éxito. En el minuto 108 Messi está donde tiene que estar como el duende molesto y la pelota adentro, el árbitro señala el gol y el VAR pide la revisión. Instantes que durarán para siempre, sobre todo en la vida de Lionel Messi que se hace la señal de la cruz y agradece a Dios. Arriba 3 a 2. Es el gol 98 con esta camiseta y el séptimo en la copa. Mucho no importa esa estadística.
Minuto 116, el penal para Francia y el canje por gol es de Mbappé. Llora Di María en una imagen que debe hacer llorar a muchos chiquitos que no entienden, pero sienten. Falta más. Minuto 122. El “Dibu” realmente se gana el mote de héroe de la familia argentina, con los pies estirados, como una rana.
Leo el mensaje del Profe, aquel técnico que hace 25 años ordenaba en un campo a Lionel Scaloni. “¿Me ayudan a entender cómo superaron la final casi ganada 3 a 2 y que se pongan 3 a 3…? Hay que ser grandioso de mete, de alma. ¡Si el cuerpo ya no les daba!… Y bué, por las dudas me mudé a otra nube”.
Lo que sigue son los penales. Reglas que tiene el fútbol para definir cuando los dos equipos no se pueden vencer. Los penales no son lotería, ni suerte, ni magia. Este es otro trabajo. Y la psicología juega un papel preponderante. Córdoba no quiso verlos, “me enterré, un poco de esa nube de cielo en cada oreja y a esperar”. Se apartó de la TV y fue a respirar, visualizando a los Lioneles levantando la copa. Así zafé de la muerte una vez, imaginando”.
¡Pummm! Alaridos. Bombas. Rayos y centellas.
Un grupo de hombres con camiseta celeste y blanca a rayitas, en los que pocos creyeron, hoy son los campeones del mundo. La tercera generación que lo logra.
A solo siete días de la Navidad, muchos volvieron a creer en algo, en alguien. “Ni me pienso bajar de acá arriba, capaz que me choco al Diego y abrazados lloramos juntos”. Tiene razón el Loco Córdoba, el mismo que decía que el fútbol es físico, mental, písiquico, social y espiritual.
Por Gabriel López
Twitter: @cololopez74