La Tercera que Mata, a 57 años de un ejemplar plantel de fútbol amateur

0

La historia que narramos a continuación llegó a ser tan popular en el futbol que hoy se mantiene vigente, por la calidad de los futbolistas que la escribieron, pero también sigue llamando la atención porque el campeón no fue un equipo de Primera división, ni de Reserva, sino el de Tercera.

Existe una frase en el basto universo futbolístico: “Llegar es difícil, pero más difícil es mantenerse”. La historia que narramos a continuación llegó a ser tan popular en el futbol que hoy se mantiene vigente, por la calidad de los futbolistas que la escribieron, pero también sigue llamando la atención porque el campeón no fue un equipo de Primera división, ni de Reserva, sino el de Tercera.
Fue fútbol oficial de la AFA, cuando el programa incluía tres partidos. Los domingos, de marzo a diciembre, en un campeonato largo, donde ganar valía dos puntos y empatar sumaba uno, como pasa todavía si la Internacional Board no cambia las reglas.
Avenida 1, portón de rejas en 55 y otro acceso por 57. Faltan cuatro horas para el partido principal pero hay colas, esperando por la salida al campo de juego de los pibes orientados por Miguel Ubaldo Ignomiriello. La escena se repite y siempre los reciben muchos hinchas, años 1964, 1965, 1966. La aparición es unos minutos antes de las 11.30 para empezar a impresionar, antes de que ruede la pelota: los once tienen saco. Los rivales se miran, y también se sorprenden porque cada jugador albirrojo tiene una pelota para la mejor predisposición en los movimiento precompetitivo. “Así vestían Los Profesores”. Hacía treinta años vestían de igual manera la delantera de cinco cracks que despertaron admiración al empezar la era profesional. Ignomiriello tenía seis o siete años cuando los fue a ver. Esta Tercera suya es otra cosa, da espectáculo, pero es juventud, amateurismo puro. Además, obliga a los simpatizantes a estar temprano, verlos era casi una obligación y la mayoría volvía a sus casas mientras la jornada seguía con la Reserva. Se almorzaba las pastas o algo apurado en otra ritual dominguero, la mesa en familia.
Aquellos que se iban, tenían que reingresar mostrándoles a los porteros una contraseña, el método que se utilizaba en el cine, un cartón. Ahora sí, la Primera era cruzar los dedos y esperar un gol para no sufrir tanto con el descenso como había pasado en 1961, 1962 y 1963. En 1964 estaba al frente Carlos Aldabe, pero en 1965 empezó a crecer en la tabla aquel Estudiantes con el nuevo técnico, Osvaldo Zubeldía.

Enero de 1965. La primera reunión del cuerpo técnico de Primera con el encargado general de las divisiones inferiores, Miguel Ignomiriello (de bigotes y camisa blanca).

Ignomiriello tenía 37 años, nieto de italianos que llegaron de Bari, del pueblo de Santo Espirito. Había trabajado mucho en Gimnasia, y cuando en su vida laboral abandonó al club albiazul es porque pensaba abocarse fuertemente a un negocio pero lejano al fútbol. El presidente Mariano Mangano lo buscó para sumarlo a los planes ambiciosos, a un año de presentarse a la reelección. “En estos tres años la AFA no tendrá descenso y mientras muchos descansen tenemos que hacernos fuertes en las inferiores, para cuando vuelva el promedio nos agarre bien parados”. La propuesta de Miguel encendió el rostro de don Mariano.
Los juveniles realmente fueron una motivación todos los días de la semana. En 1964 empezaron a verse los resultados. “La Tercera no gana, mata”, largó con originalidad el diario El Día, con un título que escribió el periodista Carlos Areta. Ese título, al pie de página, cobraría cada vez más popularidad.

Sobremesa. Ignomiriello mira al periodista Carlos Areta, quien escribió para El Día aquel título de “La tercera no gana, mata”

La gente que poblaba los tablones quejosos luego veía la formación en el diario y leía apellidos que pronto subieron a la primera división: Poletti, Manera, Malbernat, Aguirre Suárez, Pachamé, Echecopar, Bedogni, el Bocha Flores y la Bruja Verón.
A Ignomiriello le gustaba trabajar con la mayor seriedad, aglutinaba jugadores de la ciudad y buscaba en el interior gracias a contactos que iba tejiendo. En el club, por otro lado, ya desde los años cuarenta se le daba valor a las pensiones donde podían alojarse las figuras. La parte física de la Tercera estuvo a cargo de Carlos Cancela. Ignomiriello era el director general desde la Novena a la Tercera, pero daba la sensación de ser algo más, un director de escuela, un “maestro” como empezaron a llamarlo. Compraba todos los libros sobre fútbol, y en ese tiempo no faltó en su biblioteca el de “Táctica y Estrategia”, hecho por sus colegas y ahora compañeros Zubeldía y Geronazzo. En enero de 1965, en La Plata, hubo un ensamble de líderes, cada uno en su rol, aprovechando los deseos expansionistas de un club que buscaba llegar a 50.000 socios.

La avenida 1. El cuadro que hoy decora el pasillo de ingreso a la casa de Miguel Ignomiriello. Un recuerdo que lo atraviesa cada día a sus 95 años: el título de 1965 con la Tercera.

La organización sabía de entrenamientos de martes a viernes, con intensas jornadas de labor en el bosque. Pretemporada en la arena, en las playas de Punta Lara, todo el mes de enero. Giras con pruebas de jugadores. La Tercera con “letras”, plantel A, B y C. ¿Qué significaba eso? Que había en los entrenamientos jugadores de 4ª, 5ª y 6ª división, pero ya trabajando a la par de los terceristas. Era un orden interno que le daba Ignomiriello. Por citar un ejemplo, Gabriel Flores, “El Bambi”, era un arquero con condiciones sobresalientes que en un momento, con edad de Sexta, formaba parte de la Tercera C.
Durante la previa al torneo “por los puntos” y en noches veraniegas, el club abría el estadio de 57 y 1 para que la Tercera se midiera con fuertes equipos del ascenso. Se cobraba un bono con el que pagaban la cena a las delegaciones invitadas y compraban elementos como botines y uniformes. En temas de utilería nunca faltaba nada.
Visitar ciudades del interior eran excursiones de varios días donde la Tercera se mostraba. Ignomiriello estudiaba el nivel técnico con el fin de incorporarlo. “Convenía viajar, porque pagaban y ayudaba para el presupuesto”, explicaba el coordinador. Noticias en los diarios, eso también era parte de la tarea, llamar al diario y dejar la noticia fresca. El recorte podía ser pequeño pero mostraba las huellas de la Tercera. “El conjunto saldrá mañana a las 6, desde 53 620, destino a Olavarría donde en horas de la noche cotejará con Racing de esa ciudad; de allí partirá a jugar con Alem de Coronel Pringles”. Se recuerda que desde Pringles trajeron al delantero Luis Zibecchi.

En el Bosque, trabajos de técnica individual, con una pelota para cada futbolista

La gran campaña de 1964 tuvo un sabor agridulce en el último partido, porque el título se escapó de local, ante Rosario Central, rival que lo pasó. Ignomiriello reconocerá un exceso: la concentración en la ciudad vecina de Chascomús (no existía el Country de City Bell) había sido perjudicial para la psiquis de los jovenes, porque “empezamos el miércoles cuando siempre lo hacíamos los viernes”.
En 1965, el destino les puso al mismo Central en la primera jornada, goleada 5 a 1 y todos los buenos augurios.
Esos sueños de grandeza iban acompañados de un equipo de Primera que ya tenía a cuatro pibes promocionados y con contrato firmado: el defensor Oscar “Cacho” Malbernat, los atacantes Eduardo Flores y Juan Ramón Verón, y un arquero de personalidad fuerte, salidor y hábil con las piernas, Alberto Poletti, quien a la edad de 18 años llevó a Zubeldía a elegirlo y con él reemplazar al “Ruso” Juan Oleinicky. Otro de los arqueros que aparece en esta historia es Horacio Espinosa, “El Bebe”, quien él mismo recordará una anécdota que unen a Ignomiriello y Zubeldía.
“Présteme al Bebe, que no quiero perder el torneo este año”. Con este pedido, Espinosa se ponía la número 1 en las últimas fechas del campeonato de Tercera. El fixture llevaba cumplidas 30 fechas de las 34. A La Plata venía River Plate.
“En el vestuario di uno de mis discursos, el capitán era Manera, pero agarré la manija. ‘Señores, de local acá no se pierde más, y de visitante nos vamos a agrandar como nunca’. Se metió Eduardo Cremasco, ‘pero Bebe…’ No hay peros”.

En la última fecha aquí estuvo Independiente, el 14 de diciembre, con condimentos extras. Los que iban a ser campeones fueron programados en el horario de la Reserva para jugar “en continuado” con el partido principal. A las tribunas ingresaron 21.575 almas. En las puertas los controles usaron “cuenta ganado”. La cantidad de espectadores iba a ser histórico para un encuentro preliminar. “Por un momento fuimos el equipo del pueblo”, asegura Espinosa, nacido en Arrecifes, criado en Quilmes y residente de La Plata cuando Ignomiriello le aseguró un lugar en una de las pensiones de juveniles, la de calle 5 al 1280 entre 58 y 59. El resultado no pudo ser más claro: 5 a 1. “Pitó el árbitro y yo estaba en el arco de 57, la gente salta el alambrado y al primero que agarraron es a mí, Manera me gritaba dale que nos matan, era una locura, yo les decía por favor que me daba vergüenza quedar en calzoncillo, que me lo pidió Bilardo y le quedó como cábala”, disfruta al contar aquel lungo arquero de sorprendente elasticidad. Hoy está en Mar del Plata, ciudad donde participa en una de las filiales pincharratas.

La formación antes de afrontar una final. Año 1965, con ansias de dar la vuelta olímpica.

A los pibes le esperaban reportajes en vivo, periódicos, revistas y “La Oral Deportiva” de radio Rivadavia; llamativamente, para la prensa, en éste rubro de las relaciones públicas también se estaban preparando para un futuro.  Así como pedicuro o masajista, César Abraham —periodista— les daba clases con un radiograbador y un micrófono. “Les corregía los errores en algún término, se recordaba a Omar Orestes Corbata, delantero de la Selección, que después de un partido dijo ‘me cagaron a patadas estos hijos de re mil p…’”, evoca Ignomiriello a sus 95 años y con memoria precisa de los hechos.
El horario también se pensó, pidiendo a la AFA que autorizara el juego nocturno “para que los empleados públicos y la gente del comercio pudiera estar sin problemas”.

La revista “Goles” destacó el éxito como el horizonte claro que se avizoraba. “Triunfo que refleja un trabajo esmerado y sirve como ejemplo”, escribió Enzo Ardigó. “Creemos que lo realizado en Estudiantes debe tenerse en cuenta. Quien tuvo oportunidad de ver este plantel en actividad (se entrenan dos veces por día) sabe perfectamente que lo logrado no es sólo un campeonato, el primero de Estudiantes en la división, sino la educación integral de jovenes y capacitados valores para jugar al fútbol. La tercera campeona de Estudiantes de La Plata es un ejemplo de todos los aspectos que hacen a un equipo de fútbol. Pero si lo realizado (podemos calificarlo de excepcional) por técnicos y jugadores es merecedor de nuestro elogio, también lo es la visión de los dirigentes de Estudiantes, que ahora recogerán lo sembrado. Para 1966 no son necesarios jugadores por comprar”.
Estudiantes no lograba un título desde 1935 con la Reserva. Fue en Tercera que se anotó el Club una segunda estrella en el cuadro del fútbol profesional, cuando la AFA iba organizando el 34to campeonato profesional. La Primera había dado frutos cuando en 1954 ascendió como campeón, o en un torneo de 1944, la denominada Copa “Adrián Varela” enfrentando a los siete primeros equipos al cierre de la temporada.
Aquella noche de calor de la que hoy se cumplen 57 años, los más eufóricos se tiraron un chapuzón en la pileta del Estadio donde todo estaba listo para una nueva edición de la colonia de vacaciones “Sábados Felices”.

Antes de comenzar el torneo oficial de la AFA en 1965, la publicación del diario El Día daba cuenta de todos los campeones. Primera columna, Primera; luego Reserva y Tercera

Vuelve el eterno “Bebe” a traer el pasado con un agradecimiento que conmueve. “Mi maestro Miguel —se entusiasma Espinosa—, el que me enseñó a estar preparado para una comida donde haya dos copas y el que me mandó a hacer un curso de oratoria en el Colegio de Abogados. Todo lo que aprendí lo aplico en la vida hasta el día de hoy”. Espinosa se jubiló de guardavidas con 25 años de tareas en la Playa Grande, a la par que fue capitán de barcos, siendo hoy empledo en importantes cruceros estadounidenses.
Miguel Ignomiriello se desvinculó del Club Estudiantes en 1966, en el mes de julio, y un mes después ya dirigía el primer equipo de Platense. Ya para ese entonces las fuerzas de Aguirre Suárez, Manera, Pachamé, Spadaro y Bedogni iban diciéndole a Zubeldía que estaban listos para cubrir el puesto que se necesitara. Y el gran destape fue 1967, cuando el equipo superior ganó el Metropolitano, siendo el primer cuadro chico que lo conseguía. Subieron y brillaron Juan Echecopar, con algunos partidos de Mateos y Zibecchi. Para 1968 la gloria fue internacional al jugar por primera vez la Libertadores, con otro pollo que trajo Ignomiriello de Tucumán dando la nota, José Hugo Medina, titular en partido decisivo con Palmeiras de Brasil y en las dos finales con Manchester United de Inglaterra.
En Estudiantes, cada vez se ponía en marcha la Tercera, ya con la guía técnica de Juan Eulogio Urriolabeitia, se repitieron los triunfos y se siguió llamándola “La que Mata”.
La AFA puso a Ignomiriello al mando de la Selección Juvenil en 1966 y no dudó en llevar a algunos de sus alumnos predilectos, Manera, Pachamé y Echecopar.
Hasta que el técnico aceptó el llamado de Rosario Central y Banfield.

Avenida 53 casi 10. Ignomiriello sintoniza la radio en una noche con fútbol; sentado, el periodista Gabriel López; atrás, “Cacho” Massa (mateando) y Carlos Martinaschi

En 1971 volvió a Estudiantes, que para ese entonces (ya sin Zubeldía) debía defender el título de tricampeón de América. El presidente Mangano repatrió al “Cabezón” Ignomiriello, quien llegará a la final con Nacional de Montevideo, perdiendo el tercer partido de desempate. En esa exigencia, el DT contó con dieciocho jugadores y a la mitad de ellos los inició en la carrera, los formó en inferiores y fueron parte de la Tercera legendaria. Fue cerrar el ciclo.
“Cuando papá perdió la copa me dolió tanto que estuve tres días sin ir al colegio”, supo contar como lo hacen un hincha, Alejandro Miguel Ignomiriello, quien en su juventud fue preparador físico de Miguel.

La historia será presentada en un libro, ya que actualmente Miguel se reencuentra con sus ex dirigidos, tal vez poniéndole final a su campaña futbolera. El libro, cuyo título de portada es pura lógica, cuenta con el apoyo de la directiva actual de Estudiantes.
Libro que bien podría ser (por qué no) alguna vez una película o documental.
Carlos Salvador Bilardo, apenas llegó a la sede para firmar como refuerzo para el año 1965, se encontró con el periodista Osvaldo Papaleo, produciéndose un diálogo inolvidable.
-Buenas, Bilardo, ¿que hace por acá?
Vine a hablar con Mangano, pero me dijeron que espere porque se fue al cine.
-¿¡Mangano al cine!? (se preguntó sonriente el periodista). Imposible, Bilardo.
-Sí, me dicen que fue a ver La Tercera que Mata.
-No, Carlos, es la Tercera que dirige Ignomiriello, el equipo que viene de ser subcampeón en esa categoría y en el que los hinchas tienen muchas esperanzas por la calidad de sus jugadores.

Por Gabriel A. López
Twitter:  @cololopez74

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *