“El Lolo” Regueiro, una vida a puro fútbol
Un arquetipo del ser humano que está destinado a pasar por una vida dando todo, así en el cotidiano, en la casa o en un campo de juego. Así lo evocan hoy en todos los rincones de Ringuelet, y en Tolosa, donde vivió los momentos más especiales en una cancha de las más díficiles que se recuerden, aquella del Club Social y Deportivo Los Tolosanos, en 122 y 528, que bordeaba la laguna del barrio El Churrasco, lindera al sector privado del Aero Club. Allí fue campeón en 1989.
César Gustavo Regueiro no vivió del fútbol, pero fue uno de esos entrañables jugadores que con una pelota construyeron otro mundo. Y por compañeros y colegas muy valorado, por su técnica del remate con efecto que complicaba a los arqueros y por la personalidad de disputar la pelota con garra y fervor, trabando sin arrugar, pero tampoco queriendo ponerla demás y lesionando a un rival. Por eso lo quisieron en el clásico rival del cuadro albinegro, el Centro de Fomento El Cruce, en 511 y 21.
Había nacido en 1965, cuando en la ciudad se empezó a hablar de “El Lobo”. Ese niño quedó cautivado por los cantitos, su padre fue el guía hacia ese corazón de hincha, y un día llegó a probarse, quedó en el fútbol amateur aunque nunca iba a llegar la citación a la reserva; quedó libre antes. No le importó, porque el fútbol estaba en su sangre. “Lolo” tenía un instinto natural de supervivencia, de recuperarse de las malas, de ayudar al resto, y acaso por ese espíritu humilde, recibirá llamados de distintos entrenadores. Se fue a jugar para Villa Lenci, junto a otro crack de los que aparecen en los campitos de El Churrasco, Juan José Nievas, quien después subirá peldaños y vestiría la casaca de Atlético de Rafaela en un Nacional B. Con el “Coni” Nievas en Lenci disputó en 1987 la final de la primera A de la Liga Amateur Platense, con triunfo inolvidable sobre Estrella en el estadio de Cambaceres. Es el único título del historial aún hoy que recuerdan con orgullo en el club de 22 y 76, barriada de Villa Elvira.
“Mirá que vivo que sos, te llamé para ir un club y te hiciste el amigo para ponerte de novio con mi hermana”, lo bromeó toda la vida su cuñado. Ese matrimonio con Claudia Alejandra Nievas tuvo muchas alegrías, muchos hijos, aunque atravesaron pruebas fuertes con la pérdida de dos niñas. Quedaron cuatro corazones para vivir agradeciendo mas cada minuto y salir adelante de los duelos: “acá con los nietos tengo el equipo completo”, dijo en los últimos tiempos.
En 1990 se dio un gusto, porque El Argentino, un club ya desaparecido de su amado barrio El Churrasco, se animó a pelear en el primer año en la A. Eran locales precisamente en la cancha de la laguna, de Los Tolosanos, a quien enfrentaron en una final. La final fue 1 y 57, el estadio de Estudiantes de La Plata. Allí dirimieron como ganadores de las dos fases del año, pero “Lolo” Regueiro no pudo salir campeón. Cuenta el DT de los rivales Jorge Sañisky que “una vez terminado el partido, me dijo ‘estaría festejando si me hubiera ido con usted señor Sañisky, a lo que le contesté ‘hay que hacer lo que el corazón siente y usted lo hizo por El Argentino, el club que más quiere. Nos dimos un profundo abrazo en la cancha”, evoca el Ruso, quien fue famoso por su casa de remates y por llegar a ser ayudante técnico del “Profe” Córdoba en Chacarita y Lanús.
En el mejor momento Regueiro pasó a Villa San Carlos, estampando su firma en planillas de la Asociación del Fútbol Argentino, en Primera “C” de AFA (temporada 93/94) cuando los de Berisso, con poco presupuesto como de costumbre, incorporaron a jugadores juveniles de Berazategui y de la Liga Platense. El DT Daniel Marchioni quería en el medio campo a un par de guerreros con experiencia y llamó a “Pancho” Ipoutcha (la Liga le negará el pase) y a Regueiro, para acompañar a quienes recién ascendían desde la Primera “D”. Otra anécdota: llegaron a jugar el Octogonal y enfrentaron a Midland; en el partido de ida, donde San Carlos fue local en Estudiantes, los locales no tenían a mano el juego de camisetas alternativos y le pidieron a Estudiantes. El “Lolo”, muy tripero, jugó 60 minutos de ese partido con los colores que le gustaban nada…
El trajín de Tolosa a Berisso para entrenar, la falta de un salario y a veces los viáticos atrasados, desgastaron al chueco que ya era jefe de familia (en el ’90 nació su primer hijo).
El bolsito de jugador lo volverá a armar cada sábado con gusto en la Liga de La Plata, donde ya tenía un tricampeonato, y era justamente Sañisky, nuevo técnico en Unidos de Olmos, que lo encaró para tenerlo en la línea de volantes. Tuvieron una doble competencia con el torneo Argentino. “Lo conocí en Ringuelet, nos saludábamos en el barrio, me gustaba su presencia, su guapeza y sobre todo la inteligencia con que jugaba”. Regueiro llegó para hacer otra campaña de primeros puestos, y quedó el recuerdo para uno de los jugadores formados en Olmos, que cuando escuchó que lo bajarían de categoría. “Si Pablo Pace va a reserva voy yo también”, dijo “Lolo”. Ese Olmos fue subcampeón 1995 luego de dos finales con Everton. Fue su última campaña oficial.
No dejará de jugar en el barrio y descubrirá una vocación, la dirección técnica, cuidar a un grupo de pibes entre los que estaba su hijo. Con su timbre de voz suave en un cuerpo de gigante les inculcó el amor a la pelota como el cumplir horarios y defender la camiseta del Círculo Cultural Tolosano. La cultura del fútbol ayudó a superar trances de todo tipo y como tantas personas en esta ciudad se convirtieron en un segundo padre. Trabajó ad honorem, empezó por la cancha de 7 y siguió los sueños de la cancha grande en 528 entre 115 y 116, con la categoría ’90, que fue su bandera y la prolongación de sus años de jugador liguista. Con el convencimiento de estar unidos para ser felices, mas allá de que alguno llegue o se quede afuera de otro club más grande. Allí estaban con la camiseta azul el “Lolito” Regueiro, y otros amigos que tenían toda la facha de cracks, el “Pejerrey” Rodríguez y el “Caballo Loco” Kupermann, delanteros tremendos y muy triperos, como les inculcaba Regueiro.
No se iban a separar más (ni con la muerte). “Nos hiciste creer. Nos hiciste crecer. Te puteamos, nos enojamos, pero al final del camino nos dimos cuenta que nos estabas cuidando y haciendo más fuertes. Diste mucho de vos, y sin dudar siempre abriste las puertas de tu casa para pasar buenos momentos”, escribió Ezequiel Martínez, un pichón que dirigió, ahora adulto.
Eran los primeros años del 2000 compitieron en un torneo Regional que los cruzó con equipos juveniles de clubes afiliados a LISFI, LIFIPA y APLAFI, todas ligas platenses. Ganaban seguido, gustaban, y así fue que en el 2006 mostraron la pasta en los Torneos Juveniles Bonaerenses. En el mes de octubre, en Mar del Plata, será eterno entre la playa, los juegos y los chistes, y goleadas que se repitieron en las primeros partidos, 9-0 a Coronel Suárez; 7 a 0 a Pellegrini; 4 a 1 a Carmen de Areco; semifinal contra Echeverría, triunfo en penales, y la final con Berazategui, cayendo por dos goles, en el estadio de Nación de Mar del Plata. Volvieron con medalla de plata.
Por esa forma de ser, el barrio lo veía como a uno de esos tipos imprescindibles a la hora de dar una mano. Era muy gimnasista, y en su locura de canciones y casi una militancia, seguía los pasos de su padre, Juan Carlos Regueiro, quien lo trajo al mundo al conocer a una buena mujer de raíces chaqueñas. Cierta vez, este periodista estuvo en la casa de los Regueiro, con “Lolo” y sus hermanos a los que me permito nombrar como lo hice siempre, el “Gordo Teta” y el “Papón”. El otro gran personaje fue el viejo, Juan Carlos Regueiro, quien era militante histórico del Partido Justicialista. Ingresé ese día a un pequeño mundo que fue su hogar, y seguirá siendo, con la solidaridad y la alegría, que se sentía en el aire, en la mesa extendida y la puerta de la calle abierta, con las sillas en la vereda como los tronos sagrados de las mateadas. Creo que ese día fui por una nota de interés general, porque se estaba en vísperas de una mejora edilicia para los vecinos.
Amén de la pelota y de la armonía con los vecinos, el “Lolo” gustaba de veladas de boxeo en el CF Villa Rivera, de la carrera de galgos en algún “Canodromo”, de la caza, de la pesca y de ese arte que significó cantar por Gimnasia, como una terapia, una forma de estar en el mundo.
Hoy, cuando ya es pura luz, lo recordamos de todas las maneras, y si entre la congoja de repente sale alguna sonrisa es porque se nos metió su recuerdo hasta la ceja, para recordarnos que está, que seguro empieza otro partido, que otra vida existe, y que en la que dejó no pudo haber jugado mejor. En la cancha y afuera. De todos lados, en Tolosa, en Ringuelet, o en el Bosque, se lo vio
dando felicidad. Así era de alma. El alma que debe estar encarnando en algún lugar donde no falte campito para patear. Porque como ya sabemos o quizás intuimos, los humanos somos finitos, pero los seres en su esencia somos inmortales.